Las palabras, decía Pedro Salinas (para los de la LOGSE y LOMCE: escritor español de la generación del 27), «contienen, inseparables, dos realidades contrarias: la verdad y la mentira, y por eso ofrecen a los hombres lo mismo la ocasión de engañar que la de aclarar, igual la capacidad de confundir y extraviar que la de iluminar y encaminar».
En el lenguaje con palabras existe incluso el concepto «eufemismo», que aunque se puede entender como término más políticamente correcto (tercera edad en lugar de vejez o llamar punto limpio al punto donde se depositan los contenedores de basura), lleva consigo una intención determinada. Al igual que los bancos al llamar acciones preferentes, para dar sensación de seguridad, a aquellas que sin embargo estaban en el penúltimo lugar en el orden de cobro en los procesos de concurso/liquidación de los bancos, por detrás de todos los acreedores.
Los números al igual que las palabras nos ofrecen la ocasión de engañar y la de iluminar.
Por ejemplo al acabar una cita electoral, habitualmente todos los partidos ganan. Siempre existe una combinación/comparación o índice que les permite argumentarlo sin rubor.
Si se quiere hacer creer que el mercado laboral ha mejorado para los jóvenes se dirá que hay un millón menos de jóvenes parados, pero no se dirá que se debe a que hay un millón menos de jóvenes que buscan empleo – por la reducción de la población en dicha franja de edad y por la emigración a otros países-.
El conocimiento del lenguaje de los números nos hace más libres y más difíciles de manipular.
Hay sin embargo un número muy difícil de manipular y es el cero.
Qué difícil es estar parado en un tren (velocidad = 0) y que te hagan creer que se va a toda velocidad. Y si no que se lo pregunten a Lenin, Stalin y Brezhnev (para los de la LOGSE y LOMCE, exdirigentes de la entonces Unión Soviética), cuando los tres viajaban en un vagón y éste se detiene.
Lenin se baja y al rato vuelve y dice: «Camaradas, he entregado el tren al pueblo, ahora es del Estado y enseguida nos vamos». Aquello no arranca. Entonces Stalin se baja, vuelve al cabo de un momento y explica: «Camaradas, he fusilado por traidores al maquinista, al revisor y -por si acaso- a todos los pasajeros del primer vagón. Ahora mismo nos vamos». Pero el tren sigue parado. Entonces, Brezhnev se levanta, cierra las persianas del vagón y exclama: «Camaradas ¡vamos a toda velocidad!».